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Responsabilizate por tus desechos

Ilustración de Flor Marenco / Crea Comunicaciones

Me rehúso a aceptar que la basura forma parte del paisaje nacional. Que robará espacio a los ancestrales cedros, robles y madroños que bailan con el viento en las calles de Managua. Que competirá con nuestra flor nacional El Sacuanjoche o peor aún, que la reemplazará.  Tampoco quiero creer que su fétido olor secuestrará el aroma de los jazmines y corozos.

Pero la realidad impera y lo que está a la vista no necesita de anteojos. Calles convertidas en basureros, parques en los que juegan desechos en vez de niños, aceras donde corre, a la velocidad del viento la basura que sus transeúntes dejan y le roban espacio a aquellos que ilusamente quieren correr.

Eso es para muchos Managua. La capital más segura de Centroamérica pero probablemente la más sucia. La misma ciudad que quedó enterrada con el desbastador terremoto del 72 y que se da el lujo de darle la espalda a su eterno novio, el Lago de Managua o Xolotlán.  La que atestigua la desigual lucha entre las escasas cuadrillas de limpieza y sus ciudadanos que sin conciencia alguna tiran basura, como quien tira besos a sus hijos cuando los dejan en la escuela.

Y ¿qué hacemos sus habitantes? ¿Resignarnos? ¿Condenar a esta ciudad a ver esto como normal? ¿Tirar más basura a las calles en vez de reciclar, reusar y repensar?

Una de las escenas más comunes es ver que un conductor saque la mano por la ventana de su carro y tire la basura a la calle. Esta escena la repiten los pasajeros, sean éstos niños, niñas,  adolescentes, mujeres u hombres, todos por igual. Bien dice un amigo, que la diferencia entre un vehículo de lujo y uno de transporte colectivo es el tipo de basura que sale del mismo, después todo es igual, todos la tiran.

Si cada uno de nosotros,  en la casa, el mercado, la calle, el parque; desde nuestros carros, taxis, buses, camiones depositáramos la basura en su lugar, estaríamos, sin saberlo, contribuyendo enormemente a un cambio cultural tan necesario en nuestra ciudad, en nuestro país.

Pensemos que de esta manera vamos a pintar un paisaje más bonito y limpio de nuestra ciudad y de nuestro país. Y si separamos nuestra basura antes de depositarla en el basurero, mucho mejor, con eso vamos  a hacerle el trabajo más fácil a miles de personas que viven de ella. Olvidémonos de la fácil excusa que en esta ciudad no hay basureros, que en el país no se recicla y, por lo tanto, de nada vale separar la basura.

Es verdad que no hay suficientes recipientes de basura, ni rótulos que te inviten a no tirarla por todos lados. Tampoco recuerdo haber escuchado un solo comercial en radio o televisión a través de los cuales se promueva depositar la basura en su lugar, pero si esperamos a toparnos con los recipientes de basura, los rótulos o las cuñas radiales nos ahogaremos en la basura.

La empresa privada, el estado y la sociedad civil deben comenzar a interesarse en estos temas, en crear conciencia del daño que la basura causa, más allá de lo estético, es una cuestión de salud pública, de desarrollo, de visión de país.

Comencemos al menos por no botarla donde nos da la gana. Este debe ser un compromiso personal que se debe asumir sin diferencias religiosas, políticas, culturales o comerciales.  Con esto podremos,  poco a poco ir limpiando el paisaje de nuestra ciudad.

Les invito a poner ya su pincelada.  Es simple, empecemos por separar la basura en cada casa. Y para el carro, bus, taxi o camión, carguemos una bolsa del supermercado, colgala en la palanca de cambios y ahí podés depositar la basura. Colocá  en tus bolsillos la envoltura de los caramelos o las gomas de mascar, el pañuelo de papel que usas, el papelito de la pajilla que usas al tomar la gaseosa o el fresco, las bolsas o botellas plásticas del agua y todo lo que vuela por las ventanas de los vehículos que transitan la ciudad y el país. Responsabilízate de tus desechos y guárdalos para que no sean desechos que nadie reclama, para que dejen de deambular por las calles de Managua, de tu barrio, de tu ciudad. Nada cuesta y esa es responsabilidad nuestra, de nadie más.

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